Hace unos años pregunté a los adultos de mi vida qué habían hecho en
el 68. Quería saber cómo un movimiento que afectó a tantos mundialmente y
que causó tanto dolor en nuestro país, influyó en ellos. Mi propio
entendimiento de la vida, del país, de la política, la sociedad y mi
papel en ella cambió el día que supe que vivo en un mundo donde los que
deberían preocuparse por el beneficio de todos, solo lo hacen por el
suyo propio. Y entonces, llegó el miedo.
Miedo a involucrarse en
las decisiones legales, de entender a los actores políticos, de hacer
algo por el mundo. ¿Quién podría estar tan loco como para querer
hacerlo? ¿No entendían el peligro de involucrarse? ¿De desaparecer sin
dejar rastro para ser encontrados? ¿De morir en una plaza, de no ser
nombrados, de nunca aparecer en un periódico? De ser olvidados.
Hace
dos años decidí que era momento de involucrarme, de intentar entender
el funcionamiento podrido de este lugar aunque diera asco asomar la
nariz en tal hediondez. La situación local dejó de ser ideal hace tanto: no es normal faltar al
trabajo por los camiones en llamas en la calle, o encontrar camionetas
llenas de cuerpos torturados. Había que hacerlo, había que salir y
aprender a marchar, a gritar entre extraños que "somos todos". A decidir
y exigir. Y entonces, los 43.
Para ese momento ya era
demasiado tarde, tenía los pies en el lodo y no había camino hacia
atrás. Comenzaron las marchas, a las que siempre tuve terror de ir, a
las que respetaba pero veía desde la pantalla y de las que participaba
solo como escucha en la crónica del día. Es verdad que marchar no
impresiona a aquellos que lejanos de la calle deciden el día a día de la
población. Mil personas a grito abierto rogando, exigiendo justicia;
esos cantos no ablandan el corazón de políticos ni empresarios. Marchar,
en su simple ejercicio, no cambia nada y aún así, cambia todo. Reunirse
con mil personas, extraños de todo tipo y repetir a pulmón lleno que
necesitamos hacer una diferencia, que aclamamos respuestas, acciones,
decisiones.
Los adultos en mi vida no supieron qué
responder; la situación no creció por completo en sus ciudades, estaban
pasando una temporada fuera del país, no eran estudiantes universitarios
y el movimiento carecía de importancia para ellos. En pocas palabras,
no estuvieron. Honestamente, mi espíritu joven se sintió decepcionado
cuando descubrió que no habría grandes anécdotas que escuchar. Sin
embargo, lo que realmente importa es el desfase que existe en la
percepción de la realidad. De que las cosas le pasan a otros y no a
nosotros. De no estar.
Es imposible asistir a cada
marcha, gritar todos los cantos, quedarse siempre hasta el final. Lo que
no debemos dejar pasar es la oportunidad de estar presentes. De
involucrarnos de alguna manera en situaciones en las que de manera obvia
o no, ya estamos envueltos.
Hoy hacía demasiado calor, no quería
estar sola durante la marcha, podría haberme quedado en casa durmiendo y
luego pensé que sería una tristeza que en unos días o años, cuando
alguien me pregunte si salí a exigir, a gritar, a marchar por alguien
más y por nuestro presente, dijera que no.
Hasta que sales a la calle no lo sabes: Lo que cambia en una marcha, sin duda, es uno mismo.
Saturday, September 26, 2015
Friday, August 28, 2015
19 de enero de 2010
Imaginé el futuro. Por una vez, pensé en algo rentable,
real, posible. No pinté castillos ni casa de campo, no inventé ciudades
divididas por ríos ni rascacielos grises. No sé dónde estaba pero estaba. Y
estabas tú. Y yo era feliz y tú eras feliz. Éramos mayores. Y me escuchabas y
me mirabas mientras yo reía y te contaba de él. De lo maravilloso que es y de
lo bien que me hace sentir. De sus manos y de cómo las usa. Y la luz del sol
entraba por la ventana y se revolvía con mi cabello. Y tú te movías en tu silla
frente a mi. Y yo no esperaba que las cosas cambiaran, ni que tú te levantaras
de tu asiento y me besaras. Ni que de tus labios saliera una confesión ni un
secreto guardado por años o encontrado minutos antes.
Todo era como debía de ser y sin saberlo, esa simple
fantasía arrancó de mi pecho una telaraña. No sabía que la tenía ni cuánto
tiempo había estado ahí; se había adherido a mis músculos, los hilos fusionados
a la textura de mi cuerpo. Cuando cayó de mi, el movimiento quemó mi piel como
una cuerda y esa sombra que había cargado sobre el rojo, desapareció. Nunca me
sentí tan vulnerable.
Por un momento el aire desapareció, mis pulmones se
contrajeron y yo quedé sin más remedio que aceptar que te necesito.
20 de abril de 2010
En la desesperanza que intentar crear algo maravilloso,
encontré que sólo tenía para dar lo que soy. En la búsqueda de un personaje
inteligente que hiciera a los lectores cambiar de página sin notarlo, sólo pude
proponer en él lo mejor de mi. Y al no poder hacer que funcionara, al desplegar
mis dudas, miedos, alegrías y risas en una misma persona, por más falsa e
inventada que ésta fuera, me di cuenta que ni siquiera en mi funcionaban. Que
todas las razones que tenía para ser lo que soy se han ido yendo de mis dedos,
que las explicaciones para mis días y los motivos para seguir se han disuelto
en el aire. Admito que nunca más podré escribir sin pensar veinticinco veces en
las reglas gramaticales, en lo plano de los personajes, en la simbología de su
contexto. Que no puedo dejarlos vivir en ningún lugar fuera de mi mente. Me doy
por vencida, tiro la toalla, aquí va el último esbozo de la tinta que no
manchará más mis dedos. Me rehúso a seguir, a pelear cada día la batalla que
sin armas, estoy destinada a perder.
19 de febrero 2012
Los medios se callaron, todo era ruido blanco y reruns de
Seinfield; pensaron que ya era hora de entender que la vida no es para tanto,
que no tenía tema ni nudo dramático; sólo pasa.
Debo decirte que algo murió en mi el día que nos separamos.
Sí, es verdad, lo nuestro no tenía futuro, algunos días ni siquiera tenía
presente; nos reímos tanto que acabamos odiando el sonido de nuestra risa.
Deshebramos cada retazo de esperanza que teníamos para nosotros, pero nosotros
era en lo único que yo creía. Ese día suspiré y no dejé de hacerlo durante días.
Cada vez que pienso en ti vuelve a caer el aire, pesado, repentino, lento. El
mundo se acabó en un suspiro.
Después, el mundo se acabó de verdad; tuvimos que apagarla.
La tierra se movía por máquinas y sin recursos naturales no había cómo
resucitarla más. Quemamos árboles para producir electricidad pero el humo
marchitó todas las plantas. Trasladamos agua del mar a contenedores gigantes
con aspas, pero el calor era tanto que el vapor nunca se convirtió en nubes.
¿Te acuerdas de ese día? Caminamos de vuelta a tu casa,
después de tomarnos una infusión de fresa helada. Hacía calor. La banqueta era
demasiado pequeña para los dos; yo iba arriba y tú me tomabas de la mano unos
centímetros abajo desde la calle. No sé bien cómo llegamos al tema, tal vez por
esa película que se estrenaba, la de los suicidas. No sé. Hablamos del fin del
mundo. De cómo pensábamos que sería; tú decías que el cielo se pondría rojo, yo
decía que el oxígeno se acabaría y que de seguro no me daría cuenta hasta que
todos estuvieran tirados a mi alrededor. Prometimos guardar un radio de
emergencia, en tu casa y en la mía, así me avisarías en cuanto todo dejara de
funcionar y yo podría sentarme a esperar que la muerte llegara.
Han pasado algunos meses.
No sé en dónde estás.
Hace unos días, sacando unas cajas, encontré el radio y
recargué la batería. Lo puse a un lado de mi cama, por si acaso. Pero no es que
me preocupe mucho, todo se acaba. Lo sé. Este planeta se acaba. Está quedándose
dormido justo ahora.
Se decidió ayer por la mañana. En uno que otro canal se
programó un reloj que va hacia atrás y un loop
de videos con toque TVReligión: las cascadas, las montañas, lo verde del pasto
y rojos cayendo de los árboles en otoño. El mar. Para que lo recordemos como
era y no como es hoy. Hoy no me atrevo a sacar la cabeza por la ventana y
mirar. Pagué esta ventana con papeleos, archivos, horas extra y ahora el agua
se ha secado, sólo hay sal. Era inevitable.
Tuesday, June 23, 2015
Wednesday, May 27, 2015
Tuesday, May 5, 2015
Anaïs y yo
“I carry about rich, heavy letters from Henry. Avalanches. I have tacked up on the walls of my writing room two big sheets covered with words which he gave me, and a panorama of his life, with lists of friends, mistresses, unwritten novels, written novels, places he has been to, and those he wants to visit. It is covered with notes for future novels.”
Pasaje de: Nin, Anais. “Diary of Anais Nin, Volume 1.” Houghton Mifflin Harcourt.
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