Los medios se callaron, todo era ruido blanco y reruns de
Seinfield; pensaron que ya era hora de entender que la vida no es para tanto,
que no tenía tema ni nudo dramático; sólo pasa.
Debo decirte que algo murió en mi el día que nos separamos.
Sí, es verdad, lo nuestro no tenía futuro, algunos días ni siquiera tenía
presente; nos reímos tanto que acabamos odiando el sonido de nuestra risa.
Deshebramos cada retazo de esperanza que teníamos para nosotros, pero nosotros
era en lo único que yo creía. Ese día suspiré y no dejé de hacerlo durante días.
Cada vez que pienso en ti vuelve a caer el aire, pesado, repentino, lento. El
mundo se acabó en un suspiro.
Después, el mundo se acabó de verdad; tuvimos que apagarla.
La tierra se movía por máquinas y sin recursos naturales no había cómo
resucitarla más. Quemamos árboles para producir electricidad pero el humo
marchitó todas las plantas. Trasladamos agua del mar a contenedores gigantes
con aspas, pero el calor era tanto que el vapor nunca se convirtió en nubes.
¿Te acuerdas de ese día? Caminamos de vuelta a tu casa,
después de tomarnos una infusión de fresa helada. Hacía calor. La banqueta era
demasiado pequeña para los dos; yo iba arriba y tú me tomabas de la mano unos
centímetros abajo desde la calle. No sé bien cómo llegamos al tema, tal vez por
esa película que se estrenaba, la de los suicidas. No sé. Hablamos del fin del
mundo. De cómo pensábamos que sería; tú decías que el cielo se pondría rojo, yo
decía que el oxígeno se acabaría y que de seguro no me daría cuenta hasta que
todos estuvieran tirados a mi alrededor. Prometimos guardar un radio de
emergencia, en tu casa y en la mía, así me avisarías en cuanto todo dejara de
funcionar y yo podría sentarme a esperar que la muerte llegara.
Han pasado algunos meses.
No sé en dónde estás.
Hace unos días, sacando unas cajas, encontré el radio y
recargué la batería. Lo puse a un lado de mi cama, por si acaso. Pero no es que
me preocupe mucho, todo se acaba. Lo sé. Este planeta se acaba. Está quedándose
dormido justo ahora.
Se decidió ayer por la mañana. En uno que otro canal se
programó un reloj que va hacia atrás y un loop
de videos con toque TVReligión: las cascadas, las montañas, lo verde del pasto
y rojos cayendo de los árboles en otoño. El mar. Para que lo recordemos como
era y no como es hoy. Hoy no me atrevo a sacar la cabeza por la ventana y
mirar. Pagué esta ventana con papeleos, archivos, horas extra y ahora el agua
se ha secado, sólo hay sal. Era inevitable.
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