Tuesday, August 16, 2011

No-lugar


Encontré mi no-lugar. Lo conozco desde hace tiempo pero cambia tanto de formas que a veces lo olvido. No sé porqué; será el olor a gasolina quemada, los pasillos largos, los cajones marcados o el piso manchado de aceite. Talvez tiene algo que ver con que nunca se está uno en un estacionamiento por la pura razón o gusto de estarlo. No hay nada qué ver, los coches pasan y pasan buscando la salida, la gente se pierde dentro de ellos, suelen ser grises y los que tienen forma de caracol me marean. Sin embargo y extrañamente, algunas de las mejores conversaciones de mi vida han tenido lugar en un sitio así, algunos de los mejores abrazos de mi vida los he encontrado en ese pequeño espacio entre las puertas de dos autos. Algunas de las lágrimas más sinceras de mi vida las he dejado en un estacionamiento. Cada uno tiene memorias con diferentes personas; que el día que le pegué a la pared de atrás sacando el auto, el día que decidí dejar a un chico y se lo conté a mis amigos, que claramente, ya estaban enterados, el día que llené un hombro de mocos (más de una vez) el día que soñamos en hacer castillos y vino italianos, cuando escuché alguna canción por primera vez, conversaciones que sólo se podrían tener en el asiento trasero de un auto, muchos abrazos. Demasiados.

Creo que parte de su magia está en que uno nunca planea estar tanto tiempo en ellos; pagas el boletito, agarras tu cosas y caminas lentamente al coche, tienes 15 minutos para despedirte, decir todo lo que tienes que decir y llegar a la salida antes de que expire. Aunque están los otros casos en donde no hay límite de tiempo y de pronto encuentras el lugar perfecto para pasar horas hablando de nubes y esqueletos.

Mucho tiempo he pasado pensando que los estacionamientos son uno de mis espacios, me pertenecen, pero nunca les he dado su espacio en mis letras. Hoy se lo ganaron.

Saturday, August 6, 2011

Te voy a contar un secreto; que hoy no me voy a dormir hasta que empiece la tormenta y me haga compañía. Voy a dejar la ventana abierta y dejar que se meta el viento mojado, que empape las colchas, que haga charcos. Para tener el mar debajo de la cama y poder sentir que el ruido de afuera es el ruido que me calma, que no soy yo la que hace girar las matracas. Voy a pretender que el granizo me cae en la cara y cuando me llegue a las rodillas imaginaré que son las caricias que me faltan. Hoy dormiré en camisón, a ver si así me siento princesa por una noche, si sueño con unicornios y el color azul. Talvez me quede despierta, escuchando como Zeus besa a Hera, envidiándole la pasión.

Fiebre

Es ese momento en que las sábanas empiezan a rozarte la piel; no importa lo liviano de la tela, parece que hay una capa de cemento a punto de secarse sobre ti. La maravilla de los colores que pasan por tus ojos no se igualan a nada más, aún así tienes que cerrarlos y conformarte con los relámpagos technicolor que estallan en el interior de los párpados. Alucinar sin necesidad de regresar a la realidad. Esta fiebre que ataca y no deja hasta pasado mañana sin que entiendas cuándo es que el frío cambió de gama en el termómetro y por qué hace tanto calor si las cobijas se quedaron debajo de la cama cuando intentaste sin resultado quitarte las orejas, rojas, entomatadas. Y las espinas que se te clavan en los brazos y la espalda y duele. ¿Verdad que duele? El cuello apenas torciéndose y los músculos hechos pedazos, tensándose terriblemente. La paranoia, diría Millás. Aprovéchalo, diría Millás. Es esta fiebre, que ni siquiera es de la buena.