¿Por qué soy tan cobarde?
Friday, November 29, 2013
-¿Qué te hace falta?- me pregunta el barista detrás de la barra.
Es mayor que yo, tiene el pelo corto y una barba cerrada con destellos blancos pegada a la piel. Es guapo. Es el tipo de hombre que llama la atención.
Me acuerdo de la fantasía que revivió en mi mente hace unas semanas pero la dejo ir; no es tiempo.
Me sonríe y sigue trabajando en la máquina esa que avienta vapor y espuma.
Me hace falta valor y un corazón más pequeño.
Me faltan tus manos, tus ojos, tus labios. Hasta tus lentes y tus tristezas me faltan. La camiseta verde. Tu voz. Es increíble como el sonido de alguien se confunde con el sonido del mundo tan rápido. ¿Cómo suenas? ¿Te cambió la voz en este tiempo? ¿Estás ronco o enfermo? Hace frío.
Me faltan tus ideas, saber qué piensas, poder decirte algo de la nada y llamar tu atención. Esta es la verdad de nuestras diferencias: solo pesaron por un tiempo. Después encontré luz en poder explicarnos el mundo que había en los ojos de cada uno; fue como verlo más grande, desdoblar un mapa encima del otro. Tal vez después de un tiempo uno se cansa de explicar. Ahora de esos mapas veo dos tercios de lo que había, ya están revueltos y no creo querer separarlos de nuevo. Tal vez de eso se trata.
Falta tu risa.
Y es que llevo varios días hurgándome el corazón. Escribir metáforas es esconder la verdad. Aceptar es escribir sin ellas. Hay que ser honestos, que a estas alturas de nada sirve engañarse: hace mucho que dejé de pensar en las parejas de Platón y ya Borges me enseñó a sembrar mi propio jardín.
Llegaste para decirme que cambiaban los esquemas.
Me haces falta, eso es todo.
-¿Me das una infusión de limón?-
Es mayor que yo, tiene el pelo corto y una barba cerrada con destellos blancos pegada a la piel. Es guapo. Es el tipo de hombre que llama la atención.
Me acuerdo de la fantasía que revivió en mi mente hace unas semanas pero la dejo ir; no es tiempo.
Me sonríe y sigue trabajando en la máquina esa que avienta vapor y espuma.
Me hace falta valor y un corazón más pequeño.
Me faltan tus manos, tus ojos, tus labios. Hasta tus lentes y tus tristezas me faltan. La camiseta verde. Tu voz. Es increíble como el sonido de alguien se confunde con el sonido del mundo tan rápido. ¿Cómo suenas? ¿Te cambió la voz en este tiempo? ¿Estás ronco o enfermo? Hace frío.
Me faltan tus ideas, saber qué piensas, poder decirte algo de la nada y llamar tu atención. Esta es la verdad de nuestras diferencias: solo pesaron por un tiempo. Después encontré luz en poder explicarnos el mundo que había en los ojos de cada uno; fue como verlo más grande, desdoblar un mapa encima del otro. Tal vez después de un tiempo uno se cansa de explicar. Ahora de esos mapas veo dos tercios de lo que había, ya están revueltos y no creo querer separarlos de nuevo. Tal vez de eso se trata.
Falta tu risa.
Y es que llevo varios días hurgándome el corazón. Escribir metáforas es esconder la verdad. Aceptar es escribir sin ellas. Hay que ser honestos, que a estas alturas de nada sirve engañarse: hace mucho que dejé de pensar en las parejas de Platón y ya Borges me enseñó a sembrar mi propio jardín.
Llegaste para decirme que cambiaban los esquemas.
Me haces falta, eso es todo.
-¿Me das una infusión de limón?-
Tuesday, November 26, 2013
Sunday, November 24, 2013
De pronto hay que tocarse el corazón con el dedo.
Es como tocarse un ojo: piensas mucho antes de hacerlo, te pones delante del espejo y lo intentas varias veces sin éxito. Cuando por fin hace contacto la piel rugosa con lo delicado del globo blanco, la primera sensación es de ardor. Quema un poco tocarse los ojos, tan encerrados siempre en sus cuencas, protegidos por los párpados que automáticamente se cierran cuando sienten algún riesgo. Los ojos están también secos. No es fácil deslizar el dedo sobre ellos. Son de una consitencia extraña, duros pero suficientemente suaves para volverse líquidos cuando nos morimos. Como huevos cocidos.
Tengo una imagen en la cabeza de cómo es tocarse el corazón. Hay que sacarse la camisa, desabrocharse el brasier, pararse frente al espejo y con el bisturí, hacer una insición. Hay que presionar justo en el centro del pecho para que las costillas se abran, y ya abiertas, separarlas lo más que se pueda. Hay que meter la mano y ahí está, por encima de los pulmones que no se parecen nada a lo que pensamos de los pulmones. No son esas bolsas transparentes y ligeras llenas de aire, sino sacos de músculo de apariencia ruda y pesada. Hay que proceder con cuidado, despacio. Primero la punta del dedo cae sobre el músculo rojo, aún vivo y palpitante, acelerado porque presiente el dolor. Y es que duele, tocarse el ojo arde pero tocarse el corazón duele igual que si lo quemaran. Ya está la yema del dedo, ahora lo largo se va acomodando sobre la pared lisa del órgano. Y así con el resto de la mano hasta cubrirlo todo.
Se recomienda vivir con el corazón en la mano, aunque puede tornarse un poco impráctico; recominedo mejor vivir con la mano en el corazón.
Es como tocarse un ojo: piensas mucho antes de hacerlo, te pones delante del espejo y lo intentas varias veces sin éxito. Cuando por fin hace contacto la piel rugosa con lo delicado del globo blanco, la primera sensación es de ardor. Quema un poco tocarse los ojos, tan encerrados siempre en sus cuencas, protegidos por los párpados que automáticamente se cierran cuando sienten algún riesgo. Los ojos están también secos. No es fácil deslizar el dedo sobre ellos. Son de una consitencia extraña, duros pero suficientemente suaves para volverse líquidos cuando nos morimos. Como huevos cocidos.
Tengo una imagen en la cabeza de cómo es tocarse el corazón. Hay que sacarse la camisa, desabrocharse el brasier, pararse frente al espejo y con el bisturí, hacer una insición. Hay que presionar justo en el centro del pecho para que las costillas se abran, y ya abiertas, separarlas lo más que se pueda. Hay que meter la mano y ahí está, por encima de los pulmones que no se parecen nada a lo que pensamos de los pulmones. No son esas bolsas transparentes y ligeras llenas de aire, sino sacos de músculo de apariencia ruda y pesada. Hay que proceder con cuidado, despacio. Primero la punta del dedo cae sobre el músculo rojo, aún vivo y palpitante, acelerado porque presiente el dolor. Y es que duele, tocarse el ojo arde pero tocarse el corazón duele igual que si lo quemaran. Ya está la yema del dedo, ahora lo largo se va acomodando sobre la pared lisa del órgano. Y así con el resto de la mano hasta cubrirlo todo.
Se recomienda vivir con el corazón en la mano, aunque puede tornarse un poco impráctico; recominedo mejor vivir con la mano en el corazón.
Friday, November 22, 2013
Un día despiertas y te das cuenta que el mundo está de cabeza.
Que la luna sale de día y los árboles siguen verdes en noviembre.
Que ha pasado un mes desde ese fin de semana, que no se han ido las semanas, solo se han amontonado una sobre la otra sobre la otra sobre la otra. Que la percepción lo es todo.
Te das cuenta que las historias están, que la gente se va y que eso no dicta que todo termine.
Que el amor solo es suficiente cuando hay amor de todos lados, que el balance al que pertenece el corazón es tan delicado que un movimiento en falso lo tumba todo. Que odias esa palabra y está en todos lados.
Te das cuenta que ya sabías todo esto, que lo has predicado por años, que tú misma lo dijiste y lo supiste y luchaste por no caer en la ilusión que significaba creer.
Y de pronto alguien te da un espejo y cuando lo ves no sabes quién está del otro lado, porque alguien te mira desde los mismos ojos verdes que tenías pero no sabes si eres tú o si es otra ya cambiada, ya crecida y resignada. Y que más que huír de los recuerdos, es la música lo que no toleras; te corta por dentro, agria, como si fueras leche con gotas de limón.
Y te das cuenta que otra vez llega la tormenta, que los huracanes y nevadas están volviendo de tu puerto una ola que viene del infierno y que no puedes moverte, que el agua se desborda de tus ojos aun cuando si ya no es agua, y que tú estás quieta, sin poder moverte ni decir nada. Y que debes de moverte. Que si te quedas quieta no vas a sobrevivir de nuevo.
Te das cuenta que lo que creías ya no es más, que no sabes lo que quieres ni lo que eres, pero que eres más tú de lo que podrías imaginar, que podrías decir que sí en cualquier momento, brincar al abismo, dejarlo todo; pero que no es tiempo. Que nadie te lo está pidiendo. Y te asusta saber que tienes este monstruo dentro, un ser lógico que entiende tanto y perdona todo. Y te das cuenta que no es culpa de nadie, que es la vida, que son los años. Que el problema es que quisiste creer tanto que acabaste por hacerlo.
Que la luna sale de día y los árboles siguen verdes en noviembre.
Que ha pasado un mes desde ese fin de semana, que no se han ido las semanas, solo se han amontonado una sobre la otra sobre la otra sobre la otra. Que la percepción lo es todo.
Te das cuenta que las historias están, que la gente se va y que eso no dicta que todo termine.
Que el amor solo es suficiente cuando hay amor de todos lados, que el balance al que pertenece el corazón es tan delicado que un movimiento en falso lo tumba todo. Que odias esa palabra y está en todos lados.
Te das cuenta que ya sabías todo esto, que lo has predicado por años, que tú misma lo dijiste y lo supiste y luchaste por no caer en la ilusión que significaba creer.
Y de pronto alguien te da un espejo y cuando lo ves no sabes quién está del otro lado, porque alguien te mira desde los mismos ojos verdes que tenías pero no sabes si eres tú o si es otra ya cambiada, ya crecida y resignada. Y que más que huír de los recuerdos, es la música lo que no toleras; te corta por dentro, agria, como si fueras leche con gotas de limón.
Y te das cuenta que otra vez llega la tormenta, que los huracanes y nevadas están volviendo de tu puerto una ola que viene del infierno y que no puedes moverte, que el agua se desborda de tus ojos aun cuando si ya no es agua, y que tú estás quieta, sin poder moverte ni decir nada. Y que debes de moverte. Que si te quedas quieta no vas a sobrevivir de nuevo.
Te das cuenta que lo que creías ya no es más, que no sabes lo que quieres ni lo que eres, pero que eres más tú de lo que podrías imaginar, que podrías decir que sí en cualquier momento, brincar al abismo, dejarlo todo; pero que no es tiempo. Que nadie te lo está pidiendo. Y te asusta saber que tienes este monstruo dentro, un ser lógico que entiende tanto y perdona todo. Y te das cuenta que no es culpa de nadie, que es la vida, que son los años. Que el problema es que quisiste creer tanto que acabaste por hacerlo.
Cómo sufrimos por la partida de los seres amados.
Cómo intentamos retenerlos de cualquier manera.
Cómo olvidamos que todos estamos aquí por un minuto, el minuto más largo que podemos imaginar. Nuestra propia existencia está prestada. Aun así, lloramos por lo perdido, por los recuerdos, por las imágenes que inventamos de un futuro que no llegará. Lloramos por lo que nunca tuvimos por nuestra propia desidia, por los miedos que nos ataron.
Hay quienes llegan de pronto y se van igual de rápido, otros que se quedan por un tiempo más largo. Algunos se despiden sin prisa, toman primero un café mientras leen las noticias. Algunos desaparecen sin dejar rastro para poder seguirlos. Otros no nos dejan nunca, se quedan envueltos en tul gris en algún lugar oscuro de la mente hasta que volvemos a hablar de ellos y el tul, en su transparencia, deja entre ver las imágenes que fuímos.
Por más que desaparezcamos, la historia nunca se termina. Nunca hay finales hasta que el final somos nosotros mismos. En ese momento la historia se acaba de tajo, sin motivos ni esperanzas. Sin ilusiones para más tarde. Somos todo lo que hemos leído, lo que hemos visto, las personas que hemos conocido y lo que hemos soñado. También somos lo que nos han hecho ser, lo que nos han escrito, lo que nos han gritado desde pequeños que debemos creer. Y sobre todo, somos palabras.
Las que se han dicho, las que callamos, las que escribimos solo para nosotros sabiendo que nadie leerá nunca. Con la distancia y aun en lo cercano nos convertimos en letras, digitales o en tinta, nos vamos diluyendo en papeles y pantallas hasta olvidar en dónde comenzó todo. Y sin saberlo ni planearlo tanto, nos vamos convirtiendo uno al otro en poemas. Y nos amaremos como poetas. De lejos, de mentiras, de mientras, de contradicciones, de hasta luegos y más tardes.
El mundo entero cabe en una carta bien escrita. Y yo debo dejar de enamorarme de poetas.
Cómo intentamos retenerlos de cualquier manera.
Cómo olvidamos que todos estamos aquí por un minuto, el minuto más largo que podemos imaginar. Nuestra propia existencia está prestada. Aun así, lloramos por lo perdido, por los recuerdos, por las imágenes que inventamos de un futuro que no llegará. Lloramos por lo que nunca tuvimos por nuestra propia desidia, por los miedos que nos ataron.
Hay quienes llegan de pronto y se van igual de rápido, otros que se quedan por un tiempo más largo. Algunos se despiden sin prisa, toman primero un café mientras leen las noticias. Algunos desaparecen sin dejar rastro para poder seguirlos. Otros no nos dejan nunca, se quedan envueltos en tul gris en algún lugar oscuro de la mente hasta que volvemos a hablar de ellos y el tul, en su transparencia, deja entre ver las imágenes que fuímos.
Por más que desaparezcamos, la historia nunca se termina. Nunca hay finales hasta que el final somos nosotros mismos. En ese momento la historia se acaba de tajo, sin motivos ni esperanzas. Sin ilusiones para más tarde. Somos todo lo que hemos leído, lo que hemos visto, las personas que hemos conocido y lo que hemos soñado. También somos lo que nos han hecho ser, lo que nos han escrito, lo que nos han gritado desde pequeños que debemos creer. Y sobre todo, somos palabras.
Las que se han dicho, las que callamos, las que escribimos solo para nosotros sabiendo que nadie leerá nunca. Con la distancia y aun en lo cercano nos convertimos en letras, digitales o en tinta, nos vamos diluyendo en papeles y pantallas hasta olvidar en dónde comenzó todo. Y sin saberlo ni planearlo tanto, nos vamos convirtiendo uno al otro en poemas. Y nos amaremos como poetas. De lejos, de mentiras, de mientras, de contradicciones, de hasta luegos y más tardes.
El mundo entero cabe en una carta bien escrita. Y yo debo dejar de enamorarme de poetas.
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