Saturday, May 1, 2010

Blues

En el sótano de un bar, rodadeada de paredes de ladrillos y barriles en formas de mesa, Chica se balancea al ritmo del blues, uno viene y va y otro regresa. La situación la llena de nostalgia ajena a un tiempo que no vivió; a su alrededor hombres y mujeres con pelo blanco levantan las manos para aplaudir, la fragilidad estática de sus huesos sosteniéndolos sobre los bancos para ver mejor.
Para ella, las cuerdas hablan solas. Cuentan historias de pantanos y mosquitos, del calor que no se aguanta y la piel que se va pegando poco a poco a los huesos.
Mueve la cabeza de nuevo en un intento de saciar la ansiedad que la llena. Los rizos se mueven esponjándose cada vez más al igual que las vibraciones del bajo van creciendo dentro de sus venas.
Si cierra los ojos puede ver la escena; el cuarto blanco y alto, una cama frente a la ventana cerrada, la única luz enfrascada en la forma de las rendijas de las cortinas. Afuera se escucha un barullo alto pero ella sólo entiende la música. Esa combinación de cuerdas raspadas y madera vieja la hace llorar. El ventilador se mueve lento, hace que el aire circule pero no alivia el calor.
Los músculos se tensan, la sonrisa en su alma se hace grande aunque en sus labios parezca muerta. Ella lo siente. Pero nada importa, el mundo se mueve dentro de ella. No hay principio ni final, todo es infinito por un segundo más.
Un frío insensible le llena la pierna derecha y la despierta de golpe.
—¡Lo siento! Ya te compro otro cerveza.

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