Nada tendría de malo cerrar la puerta de una casa en ruinas y dormir dentro mientras llueve afuera. Poco importaría la humedad en las paredes mientras el aire corra, mientras que las cobijas sean suaves y no estén confundidas.
En diferentes temporadas he buscado ese espacio, que sea cómodo y alejado de todos, en el corazón del mundo, a donde no mira nadie. Me basta una cama en el centro de la habitación para dormir sin horarios, para llorar sin preocupación. Para estar tan sola que no pueda aguantarlo y desaparecer, por fin.
Toda la vida sabiendo que uno es igual a uno y tan difícil que se me hace afrontarlo.
Hasta es posible que eso haya estado haciendo todos estos años; mirando de vez en cuando por la ventana, moviendo la cortina muy despacio para que quien cuida la fachada no lo note. Al final, todos somos casas.
Estoy cansada de ser triste, de que las predicciones se hagan realidad, de que sus amenazas sean ciertas. De vivir en la apatía y no en la ilusión.
El problema es que tengo ese recuerdo de mi, desnuda, mirando el techo y sintiendo que soy tan feliz que podría morir y diciendo: podría morir.
Pero no me morí y aunque parece que avanzo, en realidad estoy fija en ese momento sin entender cómo después de tanto amor que recibo, de tantas palabras lindas al espejo, de tanta bendición de todos lados, sigo siendo yo; tan triste.
Monday, September 26, 2016
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