Thursday, July 21, 2011
De almohadas y pecas y frutas masticadas. Y secretos y barras. Y muchos, iba a decirte, pero no hubo tiempo y no fue así. Y ego. Y explicaciones sin dar y mejor así; para qué. Un poco de hiel, de dolor de estómago y ganas de vomitar. Qué confusión y da igual y ya entendí que es todo cosa de práctica. De, llegó la tormenta pero no hundió el barco. Demasiadas palabras. Y cabras. Nada más.
Sunday, July 17, 2011
Otto Zutz
La entrada está llena de gente, un poco de fila para poder llegar a la cadena y saber que hay que pagar. No digas nada, haz que vienes conmigo, haz que me conoces sólo para pasar.
Hay que pedir algo fuerte, se acabó el dinero y la noche apenas comienza. ¿por qué estás aquí? Podrías haberte ahorrado el cover y tomar de más en algún otro lugar. Barra de neón y dos chicas dentro, una de amarillo y curvas, la otra de pelo oscuro. Están cansadas, todos quieren pedir tragos junto a la puerta. Entregas el papel rojo, miradas y señas, abres la boca de más para compensar que nadie te escucha, estiras la mano, botella en una y vaso helado en otra. Se derrama. No lo notas. Miras alrededor y nada se ve como es; es una escena de película pero no te acuerdas cual.
Hay siluetas y luces que rebotan. Y humo. Humo que brilla como si fuera un cuarto blanco. La garganta te dice que no pero tú dices que sí y finalmente hay espacio en el vaso para dejar la botella. La música la olvidaste, hay mucha gente y nadie se mete contigo. Hay que moverse, hay que dejarse ir. Hay que soportar el peso que el alcohol aumentó a la piel. No hay mejor lugar para entender que estás solo y que no hay nadie más.
Cierra los ojos, levanta los brazos, abre las manos pero recuerda la bebida. Eres una caricatura de los estados del borracho. ¿En qué viñeta estás? ¿qué tan cerca está el vaso de tu pecho? Muévete y piérdelos a todos. Sin querer. Sin soltarlos. Ellos también se irán.
Haz contacto, ve al chico frente a ti, el de camisa azul que no deja de mirar. Su cara se mueve, el foco de los ojos cambió de automático a manual y no lo puedes ajustar. Desaparece. Aparece detrás. Hay que bailar. Hay que pretender que sabes bailar. Va al frente, te hace girar y está bien que en el regreso te salude en los labios. Y que vaya rápido. Y que no diga que le importa. No tiene nombre y no existe más allá del tatuaje inexplicable en la espalda. Hay dos segundos de nostalgia cuando se va. Hay que volver al circo y hay payasos por todas partes.
Reconoces una cara pegada a otra, un par de ojos pequeños y pelo amarillo. Los demás no están más. Aún tienes un vaso en la mano derecha que no se ha ido. No sabes si debes pero hay más miradas para encontrar y por una noche, no importa. Tus pies ya están lejos del suelo, lo único que te mantiene sin despegar es la gravedad del bolso que cuelga en tu costado izquierdo. Te olvidaste ya del botón roto del abrigo que guardabas en el bolsillo.
No hay más letras. Ni música. Lo que queda se te cuela en los oídos como ríos de luz sacados de una animación de coca-cola. Ojos negros frente a ti. Piel gruesa. Espacio vacío si Kandinsky tuviera opinión. Pero no la tiene, porque el expresionismo es lo último en tu mente, detrás de qué hago y da igual. Él tiene manos, no sólo labios y ojos. Es un cuerpo completo que por alguna razón no deja de moverse junto al tuyo. Sabes que tienes puesto el saco porque no recuerdas pelear con las mangas para volverlo a poner. Porque te tomó por sorpresa que su mano llegará a tu pecho, escondida, entre las capas de tela.
No tienes reloj ni la capacidad para leer la hora. El resto están envueltos en el humo y tú estás en un carrusel que después de tres vueltas a la vez, se detiene para pagar de peaje un beso. Y se hace el suave y tú le aseguras que no pasará de esto. Aún así tu mano se pasea hasta llegar a su bolsillo, la yuxtaposición de mezclilla y la piel que imaginas debajo crean una marca a la que tu mano no duda en regresar. Dice algo y aseguras que no entiendes, buscas una cara familiar y el mundo real regresa de pronto para decirte que todos se han ido. Pregunta si puedes volver a casa, insistes que sí.
Sales junto al chico que saluda al cadenero y te sientes tonta cuando el aire frío se filtra en tus poros. Sacas la libreta y mientras escribes un número escuchas a tu cerebro diciéndote que nunca llamarás. Porque hay países que ni en esta ciudad se mezclan, porque recuerdas un diálogo de Garden State y prefieres dejarlo escondido en tus neuronas. Se va, te llevaría al metro pero sus amigos se van ¿segura que sabes regresar? una despedida más y adiós. ¿Cuándo perdiste el vaso?
Hay que pedir algo fuerte, se acabó el dinero y la noche apenas comienza. ¿por qué estás aquí? Podrías haberte ahorrado el cover y tomar de más en algún otro lugar. Barra de neón y dos chicas dentro, una de amarillo y curvas, la otra de pelo oscuro. Están cansadas, todos quieren pedir tragos junto a la puerta. Entregas el papel rojo, miradas y señas, abres la boca de más para compensar que nadie te escucha, estiras la mano, botella en una y vaso helado en otra. Se derrama. No lo notas. Miras alrededor y nada se ve como es; es una escena de película pero no te acuerdas cual.
Hay siluetas y luces que rebotan. Y humo. Humo que brilla como si fuera un cuarto blanco. La garganta te dice que no pero tú dices que sí y finalmente hay espacio en el vaso para dejar la botella. La música la olvidaste, hay mucha gente y nadie se mete contigo. Hay que moverse, hay que dejarse ir. Hay que soportar el peso que el alcohol aumentó a la piel. No hay mejor lugar para entender que estás solo y que no hay nadie más.
Cierra los ojos, levanta los brazos, abre las manos pero recuerda la bebida. Eres una caricatura de los estados del borracho. ¿En qué viñeta estás? ¿qué tan cerca está el vaso de tu pecho? Muévete y piérdelos a todos. Sin querer. Sin soltarlos. Ellos también se irán.
Haz contacto, ve al chico frente a ti, el de camisa azul que no deja de mirar. Su cara se mueve, el foco de los ojos cambió de automático a manual y no lo puedes ajustar. Desaparece. Aparece detrás. Hay que bailar. Hay que pretender que sabes bailar. Va al frente, te hace girar y está bien que en el regreso te salude en los labios. Y que vaya rápido. Y que no diga que le importa. No tiene nombre y no existe más allá del tatuaje inexplicable en la espalda. Hay dos segundos de nostalgia cuando se va. Hay que volver al circo y hay payasos por todas partes.
Reconoces una cara pegada a otra, un par de ojos pequeños y pelo amarillo. Los demás no están más. Aún tienes un vaso en la mano derecha que no se ha ido. No sabes si debes pero hay más miradas para encontrar y por una noche, no importa. Tus pies ya están lejos del suelo, lo único que te mantiene sin despegar es la gravedad del bolso que cuelga en tu costado izquierdo. Te olvidaste ya del botón roto del abrigo que guardabas en el bolsillo.
No hay más letras. Ni música. Lo que queda se te cuela en los oídos como ríos de luz sacados de una animación de coca-cola. Ojos negros frente a ti. Piel gruesa. Espacio vacío si Kandinsky tuviera opinión. Pero no la tiene, porque el expresionismo es lo último en tu mente, detrás de qué hago y da igual. Él tiene manos, no sólo labios y ojos. Es un cuerpo completo que por alguna razón no deja de moverse junto al tuyo. Sabes que tienes puesto el saco porque no recuerdas pelear con las mangas para volverlo a poner. Porque te tomó por sorpresa que su mano llegará a tu pecho, escondida, entre las capas de tela.
No tienes reloj ni la capacidad para leer la hora. El resto están envueltos en el humo y tú estás en un carrusel que después de tres vueltas a la vez, se detiene para pagar de peaje un beso. Y se hace el suave y tú le aseguras que no pasará de esto. Aún así tu mano se pasea hasta llegar a su bolsillo, la yuxtaposición de mezclilla y la piel que imaginas debajo crean una marca a la que tu mano no duda en regresar. Dice algo y aseguras que no entiendes, buscas una cara familiar y el mundo real regresa de pronto para decirte que todos se han ido. Pregunta si puedes volver a casa, insistes que sí.
Sales junto al chico que saluda al cadenero y te sientes tonta cuando el aire frío se filtra en tus poros. Sacas la libreta y mientras escribes un número escuchas a tu cerebro diciéndote que nunca llamarás. Porque hay países que ni en esta ciudad se mezclan, porque recuerdas un diálogo de Garden State y prefieres dejarlo escondido en tus neuronas. Se va, te llevaría al metro pero sus amigos se van ¿segura que sabes regresar? una despedida más y adiós. ¿Cuándo perdiste el vaso?
Saturday, July 16, 2011
¿Cuántos recuerdos le caben a la punta de tus dedos?
Entre terciopelos y espinas, memorias infinitas. Tengo dedos traviesos y curiosos, se han acercado a la plancha para conocer el calor, ya se han enfriado en el congelador. Han aprendido notas y arpegios, huelen al metal de las cuerdas y a los bailes que han bailado en ellas. Tienen grabadas las letras del teclado, se mueven presionándolas sin que los ojos las vean. Saben a qué sabe el azahar cuando se deshace con las yemas. Conocen el camino para llegar al apagador de la luz en la oscuridad y están acostumbrados a llevarme por la casa tocando la pared.
En la punta de mis dedos hay manchas de algodón de azúcar y quemaduras de aceite, rastros de sangre seca y los espirales únicos que dicen quién soy. Todo esto sin contar el lector que llevan dentro, un GPS que se ha guardado las rutas de tu cuerpo, la suavidad de tu pelo, las comisuras de tus labios. Han pasado sobre cicatrices y han dejado huellas marcadas en cada cristal que se les ha atravesado. Han hecho pinturas de colores y cuando se ensucian, las repiten en cualquier lado. Se han pinchado, han secado lagrimas, han descubierto materiales y han dado toques. Son conductores de electricidad las pobres. Tienen guardado el invierno y están acostumbradas a ser frías.
Más que nada, tienen grabadas sentimientos; son las responsables de dejar entrar emociones físicas en mi cuerpo. Están llenas de nostalgias y hubieras, tienen ansiedad dentro de ellas. Si las tocas, te aseguro que las llevas al abismo contigo.
En la punta de mis dedos hay manchas de algodón de azúcar y quemaduras de aceite, rastros de sangre seca y los espirales únicos que dicen quién soy. Todo esto sin contar el lector que llevan dentro, un GPS que se ha guardado las rutas de tu cuerpo, la suavidad de tu pelo, las comisuras de tus labios. Han pasado sobre cicatrices y han dejado huellas marcadas en cada cristal que se les ha atravesado. Han hecho pinturas de colores y cuando se ensucian, las repiten en cualquier lado. Se han pinchado, han secado lagrimas, han descubierto materiales y han dado toques. Son conductores de electricidad las pobres. Tienen guardado el invierno y están acostumbradas a ser frías.
Más que nada, tienen grabadas sentimientos; son las responsables de dejar entrar emociones físicas en mi cuerpo. Están llenas de nostalgias y hubieras, tienen ansiedad dentro de ellas. Si las tocas, te aseguro que las llevas al abismo contigo.
Monday, July 11, 2011
En una de esas noches en que lo único que consuela es ponerse los audífonos, subir el volumen lo más alto que aguante el oído y meterse entre las cobijas desnudo. Abrir la ventana y dejar la cortina sólo para tener un visual de cómo se mueve el aire que entra a la habitación, frío, helando la piel. Y poner el repeat. Y dejar una misma canción tantas veces que la letra se confunda en una sola oración larga larga. Que si estuviera escrita, y lo está en la mente, cada símbolo esté hecho con un pedazo de hilo que se trenza, poco a poco, con el siguiente. La cuerda que es la canción que cuando llega el punto se enrolla en carretes imaginarios para guardar en el estante de ese cuarto al que no vuelvo ya tanto. A ese lugar con ventanas altas y libreros atascados de memorias dactilares y la rueca esperando, ahí, puesta en medio de todo ese mundo de historias y pensamientos que poca gente recuerda más. Y dime, ¿importa? Que todo eso se quede ahí llenándose de polvo, haciéndose viejo para que un viejo lo lea cuando quiera verlo. Estoy guardándonos el mundo por si un día lo quieres ver. Por si un día lo quieres contar. O yo. O los amigos, aunque sean los imaginarios. Me hace falta quedar encerrada entre las fibras de la historia. Me sigue dando miedo ser olvidada, morirme mañana, tener fiebre y delirarte. Tener hormigas y convertirme en su alimento, aunque me hayan comido ya unas cuantas partes del cuerpo. Los brazos por ejemplo. Y soñarte. Seas quien seas. Me vuelve una cosa fría pensar que cerraré los ojos y ahí estarás, sin que yo pueda evitarlo. Me parece una grosería que te creas lo suficiente para caminar por mi mente como si nada. Da igual, ya te irás. Poco a poco esta cuerda se está enrollando en mi; ya me sujetó la cabeza a la almohada, me juntó las piernas y quema la piel medio muerta de las manos. Se apodera de mi control y no me deja respirar. De nuevo fallará mi intención de saludar al Sol. Va, presiono una última vez el botón y te espero en la fregada.
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