Sunday, November 27, 2011
Ha estado lloviendo todo el día, de esa forma que parece que no pero sí, que te moja sin darte cuenta. Apenas se ven los hilos de agua cayendo por ahí, pero los ríos en las calles se hacen cada vez más rápidos para aguantar a los barcos de papel. Tú y yo estamos a salvo; en un pequeño café lleno de juguetes y memorias que no son nuestras pero que contagian la nostalgia. Las sillas pequeñas a nuestro alrededor está vacías, la hora de dormir de los niños pasó ya hace rato. Quedamos nosotros y dos mesas más; la mesera quiere irse, necesita cerrar para volver a casa a estudiar; pensó que un trabajo así satisfaría su curiosidad, que al ver a todas las personas contar sus historias en esas mesas mientras sorbían el café que ella preparaba, podría escribir. Que así podría por fin tener algo que decir, aunque no fuera suyo. Claramente eso no había funcionado y ahora sólo está ahí, viéndonos desde la barra esperando que las arrugas de su entrecejo nos hagan marcharnos. Y lo logran. Y nos vamos. Dentro de un abrigo rojo para que no me pierdas en lo gris y te libres de mi. No tenemos paraguas, salpicamos a cada paso, somos los niños que no se fueron a dormir a su hora. Hay un refugio; una pared, una puerta, hay unas manos que se escapan de mis manos, una cara que se llena de huellas. Tienes un ojo. Y me río. Somos cíclopes en medio de un mundo que se cae a pedazos.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment