Algún día de marzo
[...] Pero si tuviera la manera de decirte lo que quiero y de tenerlo, creo que quisiera un día entero. Despertar junto a ti, quitarte el sueño de los ojos, besarte hasta que salga el sol. Hacer café. Comer pan dulce como si fuéramos fotografía alemana y luego meternos al agua. Olerte limpio. Sentir el jabón en tu piel. Caminar por la casa en calcetines. Darle de comer a las plantas. Leerte unos versos mientras corriges otros, ver cómo pasa la tarde hasta meternos en la cocina. Abrazarte por detrás. Morderte la nariz. Intentarlo, por lo menos. Cerrar los ojos en tu espalda, abrazarla para darle la vuelta al mundo. Distraernos en tareas de la casa, hacer la colada, barrer, acomodar los sillones y los libros de la sala; sacar al gato. Ver alguna película tonta contigo a un lado hasta quedarnos dormidos y despertar para hacer el amor de esa manera intensa que los amantes hacen cuando se han quedado dormidos en los brazos uno del otro, como si durante el sueño la cercanía hubiera hecho que sus brazos y piernas confundieran a quién pertenecían. Respirar en tu oreja, besarte el cuello. Quiero que no haya nadie más, que no suene el teléfono ni lleguen los mensajes ni pensemos en el mundo; solo por día. Quiero quitarte las lágrimas de los ojos y abrazarte hasta que no haya más angustia ni dudas ni dolor. Me las puedo quedar yo. Puedo guardarlas en la caja fuerte que tengo en el corazón, donde guardo todo lo que no quiero que se vaya y duele. En donde estás ahora mismo, intentando averiguar la combinación para irte y no volver.
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