Tuesday, November 2, 2010
Chai
Los ojos burbujeantes en el metal cesaron, al apagar el fuego se cerraron para siempre. Mientras la taza se llenaba de leche, la fina capa—que es la viscosidad del agua, llevó al borde las diminutas partículas de canela y jengibre, dejando que los líquidos bailaran debajo hasta confundirse en un beige sucio. El discreto placer de esconder un cubo más de azúcar en la mezcla generó una sonrisa. La cuchara invadió el espacio y revolvió, sin pedir disculpas, descontrolando el pequeño universo de especias haciéndolas desaparecer en una composición homogénea. El mundo entero podría arreglarse con una buena taza de té.
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