Recargué la espalda al sillón, relajé la pierna que me molesta y te miré. La mueca en tus labios se ocultó tras el vaso de whisky. Te veías tranquilo, sin preocupaciones. Con esa mirada que no soporto más.
—Debes irte—dije con la voz serena. Dejaste el vaso en la mesa y dijiste no con la cabeza.
—Te obligaré—insistí. Me miraste y sonreíste. Nunca te irías, el sillón es demasiado cómodo.
Tomé la escopeta de detrás del respaldo, la apoyé en tu mentón y disparé. Era la única forma, no me dejaste alternativa. Odio enamorarme de las voces en mi cabeza.
Wednesday, September 22, 2010
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