Thursday, January 26, 2012

Hay mañanas rojas, de ojos inchados y ojeras profundas.
Con miradas de no sé qué hacer,
abrazos de perdóname.
Caricias de no puedo más,
palabras que esconden un no entiendo.
Las pestañas se caen secas,
otoños prematuros con sabor a sal.
Y donde había primavera,
una ventana cerrada, la cortina corrida.
Sin luz.
No hay verdes.
No hay tampoco caminos amarillos.
Volver a Kansas y saber que,
de no haber terminado con la bruja del Este
habríamos sido amigas;
las dos podridas.
Al final, tenía buen gusto en zapatos.

Wednesday, January 25, 2012

Nos sentamos en la escalera de servicio y comimos pastel.
Compartimos una rebanada que sacamos de la fiesta debajo de mi vestido.
Era la pedida de mi hermana, la grande, y todos estaban en sus trajaes grises y faldas verdes. Yo insistí en ir de rojo, aunque eso ahuyentara a la conservadora familia política. Y no, aún así terminaste escondiéndote a los escalones conmigo.
Me tomaste la mano y te dije que pronto seríamos hermanos.
-no hasta la boda- te acercaste más.
Nos besamos contra el barandal. Sabías a fresa, vértigo y durazno.
-hace tiempo que no me duermo sonriendo- no sé por qué lo dije.
Nos perdimos la fiesta.

Monday, January 23, 2012

yo,
por el contrario,
no sé de pronto cómo detenerme.
Camino rápido, aún sin darme cuenta; cuando quiero perder el tiempo, cuando quiero llegar tarde.
Hasta el corazón me late demasiado, a veces, cuando está en su sitio, cuando no lo tengo perdido.
Llevo una placa en la cartera que grita ¡paciencia, mujer, paciencia!
No da mucho efecto.
No encuentro a veces la delicadeza de pasarme por el parque a escribir un poema, de tener letra legible, de frenarme la cabeza. Y no dejar triángulos sobre el camino.
Y no estar siempre mareada.

Tuesday, January 3, 2012

¿Recuerdas ese bar que tiene un gran pulpo pintado con marcador en la pared? Está detrás de esa plaza donde no hay ficciones, en la calle que, en caso de seguirla, te lleva directo a la tienda de tatuajes donde me perforé la nariz y a un puerto de China con muñecas desnudas. Si compras una bebida te regalan palomitas. Cuando conocí al pulpo hacía frío pero no tanto, Estefanía, la chica esquizofrénica del gorrito marinero me dijo que su amiga había pasado uno o dos días dibujándolo en la pared. Me lo dijo mientras la acompañaba a que fumara un cigarro, recargadas en ladrillos y rodeadas por bolsas de basura. Después me invitó de visita a un museo. Cuando entramos, entre copas y palomitas y skatos, le dije:

—Quiero escribir un cuento de ese pulpo. ¿Imaginas que las ventosas fueran en realidad teclas de máquina? ¿Imaginas sumergirte en el mar y que atrapen sus tentáculos y te roben todas las historias de tu vida? Y cuando salgas, tengas todas las letras marcadas en la piel.

Me dijo que sí, que debería.